A la vuelta, el placer...
El era un hombretón de campo. Ancho de cuerpo, robusto pero no obeso. En sus cincuenta recién estrenados lucía más joven y varonil que la edad de su documento. Sus manazas de gruesos y ásperos dedos delataban una vida de faenas campesinas y de su oficio actual: verdulero de barrio. Rubén atendía su negocio rústico de ojotas y bermuda. Las piel morena, velluda y de buen tono eran el fruto de su afición al fútbol de sábado, única actividad física de chongos en su madurez. Se notaba que deseaba conservar un cuerpo atractivo y un par de piernas musculosas, de pantorrillas prominentes que atraían las miradas furtivas y la mía no era la excepción, siempre escaneaba con los ojos sus muslos hasta sus entrepiernas, en las que se podía imaginar una virilidad prominente, que no había disminuido con los años, imaginaba. El miraba con timidez, mientras yo disfrutaba avergonzándolo y a la vez estimulando su ego de macho con miradas a su bulto prominente Mi mirada obscena lo excitaba contra su v...