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A la vuelta, el placer...

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El era un hombretón de campo. Ancho de cuerpo, robusto pero no obeso. En sus cincuenta recién estrenados lucía más joven y varonil que la edad de su documento. Sus manazas de gruesos y ásperos dedos delataban una vida de faenas campesinas y de su oficio actual: verdulero de barrio.  Rubén atendía su negocio rústico de ojotas y bermuda. Las piel morena, velluda y de buen tono eran el fruto de su afición al fútbol de sábado, única actividad física de chongos en su madurez. Se notaba que deseaba conservar un cuerpo atractivo y un par de piernas musculosas, de pantorrillas prominentes que atraían las miradas furtivas y la mía no era la excepción, siempre escaneaba con los ojos sus muslos hasta sus entrepiernas, en las que se podía imaginar una virilidad prominente, que no había disminuido con los años, imaginaba. El miraba con timidez, mientras yo disfrutaba avergonzándolo y a la vez estimulando su ego de macho con miradas a su bulto prominente Mi mirada obscena lo excitaba contra su volun

El también me miraba

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  Sergio era moreno, tenía 19 años y un físico esculpido, muy deseable. Era de una provincia vecina en mis años de seminario. Habíamos empezado en el mismo curso y desde que lo había visto enfundado en unos jean gastados que le quedaban al cuerpo comencé a desearlo. Creo que mucho más que deseo, era un delirio, como algo inalcanzable, una idolatría donde decíamos amar al único Dios. Como mi director espiritual me lo había aconsejado, pensar en Sergio aunque más no fuera unos segundos, era “un mal pensamiento que tenía que apartar de inmediato”, a veces sin querer apartar del todo lo delicioso de recordar su cuerpo tan moreno y deseable me producía una erección muy fuerte e incontrolable. Yo tenía solo 18 años… Cuando por las tardes íbamos a ducharnos al baño común, sentía por arriba de la pared baja el agua cayendo sobre su cuerpo deseado y la erección me ponía loco, cambiaba por agua fría y era peor, al salir sentía mi cuerpo hirviendo… A veces escuchaba como se jabonaba y yo come

Placer y sorpresa

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La tarde del domingo la pasaron chateando, tratando de conseguir alguien que quisiera hacer un trío con ellos, pero no habían logrado conseguir alguien de su gusto y con la onda como para gozar de un buen momento en grupo. Carlos y Agustín estaban calientes, viendo fotos de desnudos que intercambiaban con los chicos de una red social. Ya era noche y no conseguían satisfacer esas ganas que cada vez crecían más y más… -¿Y si sacamos el auto y nos vamos al parque?-, propuso Agustín. -Vamos a ir a pedo, no se consigue gente a esta hora-, replicó Carlos. -Vamos y veamos, esta hora es buena, siempre hay alguien. -Bueno, te hago caso porque sos “parquero”, y sabés bien dónde y a quién tirar onda- se convenció Carlos. Apenas llegaron al sitio más típico de joda, vieron a un hombre moreno y bajo parado en una esquina. -Y ese?, preguntó Carlos al “experto”-. -Pasá de nuevo, creo que quiere joda, se tocó el paquete con insistencia. Da la vuelta, le dijo Agustín. Carlos obedeció excitado e incrédu

El albañil mirón

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En la cuadra de mi casa estaban haciendo una casa típica de barrio. Cada vez que pasaba, de vuelta de mi trabajo, sentía que me miraban desde la obra, pero me daba vuelta y no se veía nada dentro.   Uno de esos días, entre las chapas de zinc que cubrían parte del frente, alcancé a ver una silueta de hombre, pero al descubrir que me detenía se escondió rápidamente dentro de la construcción. Los días pasaron hasta que una siesta lo vi. Esta vez no estaba espiando, sino que revocaba una pared interna que se veía por el hueco de una futura ventana. Me detuve y nuestros ojos se encontraron, él se asustó un poco, cambió la mirada como haciéndose el distr aído, pero a poco la curiosidad (o el deseo) hizo su parte. Volvió la mirada y la sostuvo el tiempo suficiente para que entendiera lo que deseaba. Era un hombre de unos cuarenta años, del tipo oso, bastante barrigón y con gruesas piernas y brazos. No era un cuerpo fofo, sino firme, acostumbrado al trabajo físico. Le faltaba algo de pel

En el banco

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  Cuando Gustavo entró aquella mañana al banco no sabía dos cosas, que iba a demorar más de lo previsto, y de que esa no iba a ser una mañana más en su vida, que algo inesperado y delicioso estaba por ocurrir. Luego de la larga fila pagó y se alejó de la línea de cajas. Se encaminó hacia la puerta. Antes de trasponerla se cruzó con un hombre mayor, elegantemente trajeado, que le pareció atractivo y lo miró fijamente. El hombre respondió con la misma intensidad la mirada y se cruzaron. Aunque dudó, Gustavo no pudo aguantar y se dio vuelta. Encontró al hombre mirándolo y adivinó en su mirada el deseo oculto pero indisimulable por el chico. Gustavo era un joven de unos 23 años, de muy lindo cuerpo, con una de esas colas tan redondas y bien formadas que atraía todas las miradas masculinas sobre él. Estaba desde hacía un par de años en pareja con Jorge, un cuarentón apuesto con el que compartían la vida. Aunque ambos habían tenido muchas experiencias sexuales habían decidido ser fieles mutu

Valió la pena la espera...

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 Se conocieron una tarde en el centro de la ciudad. Fue solo por casualidad que se cruzaran, se miraran, al principio distraídamente y luego con fijeza. El era un hombre maduro, moreno de contextura promedio, alto y muy buen mozo. Su tez de un tono cobrizo oscuro y brillante evidenciaba su ascendencia árabe y lo hacía más interesante, y su mirada brillosa de ojos negros lo volvían irresistible para quien lo mirara. Se detuvo al cruzar la acera, se dio vuelta y el muchacho estaba ahí. Era un lindo moreno, en sus 25 años, pecho amplio, espaldas bien formadas que remataban en un culo de curvas perfectas y erecto, que invitaba a tocarlo, a comerlo... El hombre mayor lo miró de arriba a abajo y se detuvo en sus partes bajas. -Hola, ¿cómo te va? Le preguntó y al hablar delató su acento extranjero. -Hola, todo bien. Me llamo Alejandro, ¿vos? -preguntó el más joven. -Yo soy Yamil-, y le extendió la mano, que estaba fría y húmeda de deseo. Hablaron brevemente y se comían con la mirada

Volverán, siempre...

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  Atardecía y la luz se colaba, ya incierta, por entre las gruesas cortinas de la habitación... En la cama Esteban y Martín yacían desnudos e inmóviles, extenuados... El brillo de sus cuerpos sudorosos y de sus cabellos adheridos a la frente delataba la intensidad de lo recién vivido. Ellos habían tenido sexo aquella tarde de octubre, y luego, como una fatalidad que vuelve invariablemente en cada cama, volvieron ellos... Eran muchos, enormes, con sus miembros negros muy erectos y sus cuernos filosos. Se inclinaban y les susurraban fantasías muy sucias a sus enfebrecidos oídos... Ellos habían renunciado a todo eso, ya lo sabían, pero desde que dijeron una noche de invierno que no lo harían más, ellos no dejaron de volver, con sus enormes cuerpos tiznados y sus nalgas redondas y firmes volvían en cada cama con la misma sugerencia, cada vez más y más seductora, irresistible. Al ir a la cama, no estaban solos, aunque lo quisieran; estaban todos ellos, volvían las evocaciones y deseos, rena

Inseparables...

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  Juan tenía 18 años, era un adolescente como tantos, aparentemente, pero su sexualidad era diferente, aunque no se le notara en absoluto, tenía una inclinación creciente hacia otros varones y particularmente deseaba a aquellos mayores que él. Una siesta de verano, a esa hora que no vuelan ni las moscas, estaba con un primo algo mayor que él en edad, pero también en varios aspectos más. Sebastián, que era el nombre del muchacho, era un hombrón de casi un metro noventa, de un envidiable físico, desarrollado por la práctica intensa de la natación, gusto que también compartía con su primo. Juan había preparado la situación para que ese día el primo, ya deseado largamente, estuviera a solas con él en casa. Los padres del adolescente habían ido a pasar el fin de semana en casa de unos parientes que estaban de vacaciones y el muchacho vio en ello la oportunidad de tener un encuentro más cercano con el hombrón que tanto le gustaba. Como era domingo  y sus padres no llegarían hasta la noche, J

Todo era silencio...

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 Todo era silencio. Sólo se oía en mi habitación el tic tac de mi reloj despertador, innecesario, porque siempre me espabilaban las campanas grabadas de San Pedro, o algún coro gregoriano de monjes europeos… Creo que dormía levemente cuando el crujido de la cerradura me despertó. Como no ponía llave -¿para qué en una casa religiosa?- Tuve miedo que entrara un ladrón. Quedé petrificado al sentir que la puerta giraba lentamente y una figura negra se colaba dentro de mi pieza. El terror no me dejaba respirar. Luego, vi inmóvil que la figura negra se detenía en medio de la habitación erguida con serenidad; era alguien joven, vestido de sotana, sin ropa debajo. El inesperado visitante se desprendía su larga vestidura y quedaba totalmente desnudo en la semi penumbra. Estaba con su miembro erecto y pude percibir que me veía. En un instante, cuando me hacía el gesto silencioso de callar con su dedo cruzando su boca, me di cuenta de que era M., compañero seminarista, quien muchas veces me p

Amanece en Fez

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  Un sol rojizo despuntó el alba marroquí y se derramó por los tejados irregulares de la vieja Fez. Su brillo tenue me despertó en la cama del hotel, luego de una noche demasiado larga. En la cama contigua dormía mi hombre un sueño pesado. Su desnudez morena se dibujaba sobre la claridad de la sábanas y encendía en mi las cenizas aún tibias de un placer casi prohibido, en un país en el que un hombre no puede hacer el amor con otro sin ser oprobio y condenado eterno. Miré por el amplio ventanal la silueta sinuosa, casi sensual, de la ciudad con su enorme mezquita dando la cara a Oriente, de donde viene la luz y la salvación, según la creencia de la gente marroquí. Era demasiado temprano para empezar la jornada, pero mi avidez de conocer y de vivir aventuras me empujó fuera de la cama revuelta y tibia. Una remera enfundada al descuido en mi torso y mi pantalón sobre la piel sensible de mis genitales me pusieron en movimiento. Las zapatillas oscuras me hicieron ganar la calle con paso ráp

Encuentro espontáneo

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  Fabián y Gustavo se encontraban en una de esas tardes en la que apetecían estar sexualmente con otros, gozar del sexo en grupo, experiencia que había dado muchos buenos momentos a la pareja que ellos conformaban. Al principio les había costado "compartirse", como llamaban ellos al sexo libre -o pareja abierta-, pero ahora eran compinches de las más copadas camas sin problemas, todo lo contrario, el gozo compartido tenía un plus: estar con otros delante de la pareja. La insinuación inicial, un par de miradas cómplices y, sin darse cuenta, ya estaban frente a la computadora buscando con quien tener juntos un momento de placer. En un lugar de encuentros casuales muy conocido hallaron, a poco rato, a un chico de unos 25 años, charlaron un rato y se contaron formas, gustos y fantasías. Vieron fotos de los tres y la pareja quedó conforme con aquel hombrón alto y formido, activo en la cama y deseoso de tener su primera experiencia grupal. Se pasaron los celulares y pactaron una ho

Gozo en las penumbras

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 Visitar Buenos Aires es una experiencia gratificante cuando se va por placer y se tiene dinero para gastar. Esa primavera fresca la gran capital se ofrecía tentadora para una pareja gay del interior que visitaba la ciudad y le ofrecía sus luces y también sus sombras... Lo cierto es que F. y A. deseaban una estadía condimentada de erotismo, placer y buenos recuerdos. La búsqueda se orientó hacia lugares donde se practicara algún tipo de actividad sexual anónima y rápida. Al segundo día, por la noche, se dio la oportunidad y no la desaprovecharon. Fue en un lugar para encuentros fugaces en el centro turístico de la gran urbe. Los neones violáceos de la entrada confirmaron que el lugar estaba preparado para el tipo de contactos que la pareja buscaba. Al entrar deambularon por los diversos espacios del penumbroso sitio. Había pequeñas habitaciones para practicar "glory hole" (o fellatio a través de un hueco por donde traspasa el pene a otra habitación donde alguien le practica l