El albañil mirón

En la cuadra de mi casa estaban haciendo una casa típica de barrio. Cada vez que pasaba, de vuelta de mi trabajo, sentía que me miraban desde la obra, pero me daba vuelta y no se veía nada dentro.

 Uno de esos días, entre las chapas de zinc que cubrían parte del frente, alcancé a ver una silueta de hombre, pero al descubrir que me detenía se escondió rápidamente dentro de la construcción.

Los días pasaron hasta que una siesta lo vi. Esta vez no estaba espiando, sino que revocaba una pared interna que se veía por el hueco de una futura ventana. Me detuve y nuestros ojos se encontraron, él se asustó un poco, cambió la mirada como haciéndose el distr
aído, pero a poco la curiosidad (o el deseo) hizo su parte. Volvió la mirada y la sostuvo el tiempo suficiente para que entendiera lo que deseaba.

Era un hombre de unos cuarenta años, del tipo oso, bastante barrigón y con gruesas piernas y brazos. No era un cuerpo fofo, sino firme, acostumbrado al trabajo físico. Le faltaba algo de pelo en la cabeza y el que tenía era muy negro, con algunas canas. Era moreno y sus ojos de un color oscuro, brillante. Me pareció muy seductor y su mirada insegura evidenciaba su “trauma”… y su deseo reprimido.

Me acerqué hasta la abertura de la entrada y él se acercó en silencio.

-Hola, ¿cómo te va?-, le dije. El apenas meneó la cabeza como contestando en silencio mi saludo.

-¿A quién busca?-, preguntó tímido.

-A vos, necesito hacer un trabajo en mi casa y como te vi pensé hablarte. Quizás cuando salgas de la obra, más tarde, te puedas llegar por allá y te muestro lo que quiero…, dije mirándole sus labios carnosos y oscuros.

-Podría ser… ¿por dónde vives?-, preguntó con voz baja, muy grave.

-Aquí, a media cuadra, en el 372, una casita de dos plantas… Mientras hablábamos bajé la mirada a su pecho velludo y me excité. Se dio cuenta de mi deseo, y yo del suyo. Me miraba el bulto como evitando hacerlo, pero luego volvía a mirar. Yo tenía una erección leve, pero se notaba bajo mi jeans ajustado.

-Bueno, te espero cuando salgas-.

Salí dudando de si iría… Cuando llegué a casa me di una ducha para refrescarme. Jabonando mi cuerpo sentí el deseo de masturbarme, porque había quedado sensible tras el encuentro con ese albañil tan masculino, pero me contuve pensando que si venía por ahí teníamos algo…

Me sequé y salí. Me puse solo una bermuda, porque estaba muy caluroso. Al minuto sonó el timbre. Era él. Se me paró al verlo por la mirilla, tanto me gustaba. Traté de esperar un instante y abrí.

-Buenas. Permiso-. Dijo y pasó.

Yo cerré la puerta y le dije, parándome muy cerca de él, -estoy solo-, fue lo único que pude decir para tranquilizarlo. En silencio acercó su mano callosa y grandota y comenzó a acariciar mi bulto ya muy duro. Respiraba entrecortado. Le tomé la mano temblorosa y la asenté sobre mi miembro rígido mientras la frotaba contra mí, como si me masturbara con la mano del hombrón, llevé mi mano a su bulto, que también estaba durísimo, y recorrí su miembro con deleite.

Después de un rato de tocarnos nos abrazamos, él temblaba de nervios. Lo tranquilicé, le desprendí su ropa y comencé a desnudarlo y él a mí. Los besos y las caricias eran muy intensas, pasaron varios minutos, de pronto estábamos totalmente desnudos, de pie, al lado de la puerta de casa, reímos nerviosos al vernos así.

-¿No viene nadie?-, preguntó asustado. Le expliqué que vivía con mi pareja, pero que él no volvería hasta la noche, y que además la llave estaba puesta y girada una vez, por lo que si venía no iba a poder entrar… Eso nos daba tiempo para vestirnos y fingir.

Luego puse mis manos en sus dos nalgas bien formadas y las acaricié, mientras él agachado me lamía el pene. Deseaba esa cola ceñida, lo besé y lo di la vuelta mientras apoyaba el miembro contra sus nalgas. El gozaba frotándose y me pidió que lo penetrara. Busqué un preservativo en la bermuda que me había sacado y me lo puse rápidamente.

Me arrodillé ante su cola y la abrí. Tenía el anillo muy cerrado, denotaba poca experiencia. Probé con la lengua y arranqué sus mejores gemidos.

-Penétrame, por favor-. Me pidió agitado, yo me erguí con el miembro muy duro, abrí sus nalgas y escupí en su ano. Sin dudarlo fui entrando en él, que con quejidos suaves y la mano puesta sobre mi pierna trataba de evitar mi entrada completa, pero mis besos y la franela intensa lo relajaron y pude penetrarlo totalmente. Luego de un instante de quietud, comenzamos a movernos uno contra otro cada vez con más velocidad.

En mi verga sentía como cedía su ano adolorido y comenzaba a gozar mi penetración profunda, mientras los dos nos movíamos con intensidad, más velozmente a cada segundo. Sentía tanto placer que comencé a eyacular con el máximo deleite dentro de él. Mientras se masturbaba el oso albañil acababa con fuertes chorros de semen que se disparaban a distancia.

Bien terminamos de coger, nos limpiamos y prometimos vernos en otro momento. El salió temeroso, con su mochila en la espalda y se perdió en la esquina.

Pasaron los días y otra vez el recuerdo de lo vivido despertaba el deseo. Yo pasaba de nuevo frente a la obra y él al verme me hizo señas que entrara. Pasé y me indicó con un gesto que lo siguiera dentro. Fuimos a otra habitación que estaba casi terminada. Nos besamos y acariciamos con pasión, sin decirnos nada.

-¿No va a venir el dueño o alguien?-, pregunté con temor. El me aseguró que aún no, pero yo no estaba tranquilo, presentía que alguien podría llegar y sorprendernos, entonces él se arrodillo delante de mí. Desprendió mi bragueta y extrajo con dificultad el pene duro y jugoso. Comenzó a chuparlo, mientras sacaba el suyo y se masturbaba con energía.

Lo tomé de la nuca con ambas manos y empujé varias veces con fuerza. Se tragó todo el miembro varias veces hasta que, presintiendo peligro, traté de sacar su boca de mis entrepiernas. El resistió.

-Voy a acabar-. Le dije medio asustado. El siguió moviendo más rápido su cabeza, como buscando mi orgasmo sin importarle otra cosa. De pronto comenzó a eyacular. Yo estaba tan caliente que no pude más y le llené la boca de leche. El tragó todo y me apretó la verga hasta sacarle la última gota.

De pronto sentimos un ruido de motor que se detenía. Espantados nos subimos las braguetas rápido, con nuestros penes todavía parados. Acomodamos nuestras ropas y salimos lo mejor que pudimos, tratando de disimular la excitación y las erecciones de los dos.

Caminé sin darme vuelta y escuché la voz de una mujer.

-¿Quién es ese?-, le preguntó. El (nunca nos preguntamos nuestros nombres) le dijo que era una persona interesada en que le hiciera un trabajo de albañilería en su casa. Ambos entraron en la obra. Recordé inquieto que el semen del albañil había quedado esparcido por el contrapiso y podía notarlo su patrona. Me encogí de hombros y seguí caminando a casa.

No nos habíamos dado los celulares, ni nos volvimos a encontrar. A veces recuerdo su fellatio con placer, mientras eyaculo dentro de mi hombre…




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