Volverán, siempre...
Atardecía y la luz se colaba, ya incierta, por entre las gruesas cortinas de la habitación... En la cama Esteban y Martín yacían desnudos e inmóviles, extenuados... El brillo de sus cuerpos sudorosos y de sus cabellos adheridos a la frente delataba la intensidad de lo recién vivido.
Ellos habían tenido sexo aquella tarde de octubre, y luego, como una fatalidad que vuelve invariablemente en cada cama, volvieron ellos... Eran muchos, enormes, con sus miembros negros muy erectos y sus cuernos filosos. Se inclinaban y les susurraban fantasías muy sucias a sus enfebrecidos oídos... Ellos habían renunciado a todo eso, ya lo sabían, pero desde que dijeron una noche de invierno que no lo harían más, ellos no dejaron de volver, con sus enormes cuerpos tiznados y sus nalgas redondas y firmes volvían en cada cama con la misma sugerencia, cada vez más y más seductora, irresistible.
Al ir a la cama, no estaban solos, aunque lo quisieran; estaban todos ellos, volvían las evocaciones y deseos, renacía la pasión oculta, el deseo satisfecho sin medida ni tiempo. Recordaban con fruición los muchos momentos compartidos con tantos... En el silencio solo se escuchaba sus respiraciones entrecortadas y el susurro inseguro de sus palabras... horas, fechas, personas, cuerpos, poses, preferencias, rarezas y hasta pequeños incidentes que hacían más recordable el paso fugaz de cada uno de sus visitantes...
La noche tiñó la habitación y los bañó con su negra tinta pegajosa, obscena, mientras ellos, en silencio, supieron con certeza que no habría exorcismo alguno para esa posesión, que siempre volverían esos cuerpos deseados y devorados en horas de lascivia, que traerían más y más de los suyos, siempre nuevos y fascinantes, que el deseo muere después de la muerte y que sus vidas estaban definitivamente marcadas por lo inconfesable... por esa sucia idea fija que los hacía volver una y otra vez a ese infierno de gozos y orgasmos tantas veces negado y vuelto a aceptar.
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