En el banco

 


Cuando Gustavo entró aquella mañana al banco no sabía dos cosas, que iba a demorar más de lo previsto, y de que esa no iba a ser una mañana más en su vida, que algo inesperado y delicioso estaba por ocurrir.

Luego de la larga fila pagó y se alejó de la línea de cajas. Se encaminó hacia la puerta. Antes de trasponerla se cruzó con un hombre mayor, elegantemente trajeado, que le pareció atractivo y lo miró fijamente. El hombre respondió con la misma intensidad la mirada y se cruzaron. Aunque dudó, Gustavo no pudo aguantar y se dio vuelta. Encontró al hombre mirándolo y adivinó en su mirada el deseo oculto pero indisimulable por el chico.
Gustavo era un joven de unos 23 años, de muy lindo cuerpo, con una de esas colas tan redondas y bien formadas que atraía todas las miradas masculinas sobre él. Estaba desde hacía un par de años en pareja con Jorge, un cuarentón apuesto con el que compartían la vida. Aunque ambos habían tenido muchas experiencias sexuales habían decidido ser fieles mutuamente y, hasta el momento, el pacto no había sido roto.
Pero el deseo pudo más y volvió sobre sus pasos. “Hola, cómo estás?, soy Gustavo”, se animó a decirle al hombre mayor. Que le respondió sorprendido, pero con amabilidad "Un gusto, mi nombre es Carlos".
De inmediato Gustavo obviando mayores rodeos preguntó: “¿Tenés un lugar donde ir?”, el hombre titubeó pero le dijo que sí, y le propuso que se encontraran en unos minutos en la esquina del banco.
Así fue, y ambos fueron caminando un par de cuadras, hasta la cochera donde Carlos tenía guardado su enorme y flamante auto importado. Evidentemente era un hombre de dinero, supuso Gustavo, y el poder y la apostura de aquel veterano lo sedujo aún más, hasta el punto de olvidar por un momento las promesas de fidelidad que había hecho a su pareja.
Salieron de la cochera y el enorme auto se deslizó suavemente por las calles atestadas del centro a mediodía. Los vidrios de un intenso polarizado los guardaban de las miradas indiscretas...
Gustavo se sabía activo, aunque había tenido algunas pocas experiencias como pasivo, pero en ese momento, mientras iba en el auto, sintió el deseo de someterse a aquel hombre mayor. Deseaba, sin quererlo, a aquel veterano que le tiraba una onda de superioridad que lo dominaba.
Carlos le contó que era casado y que por ello era muy prudente en sus movimientos cuando, de vez en cuando, se dejaba llevar por ese deseo oculto y llevaba a su departamento de soltero a chicos de la edad de Gustavo. 
Esas palabras excitaron al más joven, que llevó suavemente su mano hacia las entrepiernas del hombre mayor y comenzó a acariciar el creciente bulto del desconocido. Tras unos segundo de caricias Gustavo adivinó, con bastante temor, que Carlos tenía un enorme miembro bajo el fino pantalón del impecable traje gris.
Tuvo miedo a ser penetrado por tamaño sable, pero el deseo pudo más y continuó amasando el enorme tubo cálido que latía en su mano joven mientras sentía crecer en sus entrepiernas su propia verga excitada y húmeda.
A los pocos minutos llegaron a un edificio, en una zona suburbana de notable calma. Subieron al departamento de Carlos y se dirigieron a la única habitación del lugar. Allí se dieron el primer beso, tímido y nervioso. Luego, fueron cayendo lentamente en un abismo de caricias y besos en los que sus manos exploraban con ansias el cuerpo del otro buscando con temblor los lugares tan deseados como desconocidos.
Al fin quedaron desnudos, de pie, jadeando de deseo el uno por el otro. Carlos le pidió a Gustavo que se la chupara. Como era tan grande, gruesa y dura la verga del hombre mayor el joven, ya arrodillado ante él, solo pudo introducirse, con mucha dificultad, un tercio del enorme pene. En segundos, la poderosa pija entraba y salía de la boca de Gustavo que se deleitaba con el increíble y delicioso miembro. 
Mientras tragaba esa verga Gustavo recordó que solo una vez anterior había sido pasivo con un hombre mayor, que tenía un pene un poco menos grande que éste, y había sufrido las torpezas del activo que lo penetró sin consideración y lo dejó tirado en la cama de un hotel con la cola sangrando. Pero eso fue hace mucho tiempo... y siguió lamiendo el delicioso miembro.
Luego, Carlos se acostó boca arriba sobre la cama, se puso un preservativo que sacó de la mesa de luz y le pidió al muchacho que se sentara sobre su verga erecta. Aunque Gustavo se mostró excitado con la idea, no se animaba. Entre intensas caricias y besos Carlos logró hundir, sin lubricación previa, el más grueso y largo dedo de su enorme mano en el ano del muchacho, que adolorido gozaba entre quejidos y sacudones de una urgida masturbación mutua.
Cuando tuvo a Gustavo donde quería, deseando al máximo la penetración, Carlos se colocó el condón… el muchacho sabía lo que venía. Lamió sumiso toda la pija del hombre para lubricarla, ya que no habían previsto el uso de algún lubricante, y se mojó con abundante saliva el estrecho anillo de su ano. Luego, lentamente, Carlos sentó al muchacho sobre su pene. El grueso miembro apenas le entró hasta un tercio a Gustavo, que pedía adolorido que su dueño se lo sacara. 
Los gemidos fueron ahogados por los besos profundos del hombre mayor que movía rítmica y lentamente su verga dentro del joven. Estuvieron así un largo rato, pero el dolor era demasiado y Gustavo le suplicó que retirara, aunque más no fuera unos minutos, el gigantesco sable de Carlos.
Entre mimos, primero, y casi con un gesto dominante, después, Carlos puso en cuatro al muchacho, sabiendo que de ese modo la penetración podría ser total, contundente, completa, aunque el chico se doblara impotente por el dolor…
Con la precisión que da la experiencia, Carlos volvió a arremeter contra el desgarrado culo de Gustavo y le metió de un solo empellón la mitad del miembro. El muchacho grito de dolor, pero eso no amilanó al veterano penetrador que con dos o tres movimientos firmes mandó su enorme verga íntegra dentro del recto de Gustavo. Sentía que el grueso pene le llenaba las entrañas adoloridas. Carlos primero se quedó quieto con todo su sable dentro del chico, pero no bien cedieron los gemidos lastimeros del joven y dejó de suplicar que le sacara tamaña pija, el veterano arremetió rítmicamente desoyendo las súplicas del penetrado, luego, sin sacar el miembro, puso a Gustavo en la posición “patitas al hombro” y siguió gozando al muchacho. 
Gustavo, que ya se había recuperado del intenso dolor inicial de la penetración ahora gozaba ese placer nuevo y tremendo masturbándose con furia. Los movimientos fuertes y regulares del miembro de Carlos dentro suyo y la masturbación que con energía se practicaba hicieron que el deleite de Gustavo llegara al clímax. Densos y fuertes chorros de semen salieron de su pene rígido y bañaron su abdomen con el cálido fruto de su virilidad. Al ver esto, Carlos, enervado por tanto placer, apuró el paso con una fuerza portentosa y una docena de sacudones muy fuertes que hicieron gemir al muchacho, acabó dentro de Gustavo llenando su dolorida cavidad con la tibieza líquida de la masculinidad impensada de un hombre de tanta edad.
El cuerpo delgado y suave de Gustavo quedó tendido, extenuado, sobre la cama, con la mano de Carlos sobre sus voluptuosas nalgas. El miembro húmedo y enrojecido, semi flácido de Carlos estaba en la mano de Gustavo, que no podía creer lo que había vivido y cuánto había podido aguantar esa enormidad en su recto.
Gustavo, a pesar de los desgarros y del intenso dolor, propuso volver a coger otro día, pero Carlos le dijo que no, que él no repetía estas experiencias y, que aunque esta vez había sido desusadamente gozosa, eso no iba a cambiar las cosas.
Mientras el auto se deslizaba devorando cuadras y ochavas, ellos quedaron en silencio. Gustavo pensó que su pareja, Jorge, descubriría el enorme gozo anal del muchacho por la inusitada dilatación que había dejado el pene del hombre mayor en su ano, pero no le importó demasiado, pensó que ese momento único no se volvería a repetir y se apenó de que había terminado.
Cuando Gustavo se bajó del cochazo de aquel hombre grande, comprendió que había estado con un auténtico e insospechado amante, y que este señor de elegante traje era grande mucho más allá de su edad y de su poder.

Comentarios

  1. Sensacional. Que la vida nos sorprenda por atrás con esas ricas sorpresas.

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